EL HECHO COLONIAL 

INTRODUCCIÓN 

Desde una visión de nuestros pueblos del sur, con la llegada de la expedición de Cristóbal Colón el año 1492 se convierte en una fecha clave para América, España y la humanidad entera; así como el inicio de la subyugación violenta a los pueblos aborígenes de Abya-Yala que duró casi tres siglos en donde estas tierras permanecieron vinculadas a la metrópoli española, produciéndose transformaciones muy significativas que perdura hasta la actualidad.

La historiografía tradicional (eurocéntrica), en cambio, suele caracterizar a la época colonial, como un lapso de gran estabilidad, sin cambios significativos en todos los órdenes. Otros entienden a la sociedad colonial como "feudal" o "semifeudal", lo que también significa un gran error.

Para una mejor comprensión del hecho colonial se perfila al menos tres períodos diversos:

1). Desde el fin de la conquista hasta fines del siglo XVI , período de asentamiento e inicial consolidación del régimen colonial español.

2). Desde entonces y hasta las décadas iniciales del siglo XVIII, es decir una centuria y unas décadas más, período en el que la actividad económica articulante de la sociedad fue la producción textil.

3). Desde inicios del siglo XVIII y hasta cerca de cien años después, cuando se inició la Independencia, período caracterizado por la crisis, la readecuación de las relaciones sociales y el agotamiento del régimen colonial.

LA CONQUISTA:

La cuestión del "descubrimiento"

Cristóbal Colón llega a una isla del Caribe el 12 de octubre de 1492. Sus habitantes denominaban a estas tierras de diversa manera. Los indios cuna, por ejemplo, la llamaban Abya-Yala (tierra en plena madurez). Por confusión, los conquistadores llamaron Indias al nuevo continente. Luego, otra confusión generalizada lo bautizaría como tierras de América, por Américo Vespucio, el geógrafo y navegante que trazó uno de sus primeros mapas.

Con este "primer contacto", además de probarse en la práctica la teoría de la redondez de la tierra, se incorporó todo un continente a la vida del resto de la humanidad, puesto que América se vinculó por ese medio a Europa y a los otros continentes. No cabe duda de que ese contacto fue considerado como "tierras de conquista" y sus habitantes como objetos de explotación.

Conquista de Quito

Luego de que se consolidó el control hispánico sobre el istmo de Panamá, comenzaron a recibirse noticias sobre un rico país hacia el sur. En 1524 se organizó una empresa privada de conquista y colonización que encabezaron Francisco Pizarro y Diego de Almagro. Pizarro dirigió una primera expedición por la costa sudamericana en 1526, que llegó por primera vez a las playas de lo que ahora es Ecuador. Luego de solventar dificultades, los dos jefes volvieron a organizar una nueva expedición, que en 1531 recorrió nuevamente la costa hasta Túmbez, en donde desembarcaron para penetrar tierra adentro.

Enterados los invasores de la guerra entre Huáscar y Atahualpa y del triunfo de este último, tendieron una trampa al emperador en Cajamarca y lo tomaron preso. El desconcierto que esto causó entre los pueblos indígenas y las alianzas que promovieron los españoles con los descontentos contra Atahualpa, impidieron una defensa coordinada del incario. Los invasores demandaron un crecido rescate por el soberano, pero luego lo hicieron víctima de un "juicio" al cabo del cual fue ejecutado.

En el norte del Tahuantinsuyo, varios generales de Atahualpa organizaron la resistencia, pero fueron sucesivamente vencidos por las tropas españolas apoyadas por pueblos enteros de indígenas descontentos. El más notable héroe de la resistencia fue Rumiñahui, que, luego de ser derrotado en su defensa de Quito, fue bárbaramente ejecutado. Sebastián de Benalcázar fue encomendado por Pizarro para ocupar el norte. En su avance fundó la ciudad de Santiago de Quito en agosto de 1534, cerca de la actual Riobamba, para reforzar su derecho de conquista frente a otro grupo de españoles venidos del norte. En diciembre de ese mismo año tomó posesión del sitio de la actual ciudad de Quito, que había sido arrasada.

Una vez que fuera organizado el gobierno hispánico en Quito, partió de esta ciudad, bajo el mando de Gonzalo Pizarro, una expedición a la Amazonía. Luego de afrontar grandes penalidades, Pizarro encargó a Francisco de Orellana la exploración de las rutas fluviales. De este modo llegaron al gran río Marañón o de las Amazonas, el 12 de febrero de 1542. Por allí salieron al Atlántico, para arribar luego a España.

Cuando los españoles iniciaron su penetración en el Tahuantinsuyo, el Imperio Inca se debatía en una aguda crisis. Al parecer, la racionalización impuesta sobre la producción comunal trajo consigo una aceleración del desarrollo de las fuerzas productivas. Es decir, que el sistema social se hallaba en proceso de descomposición, o, por decirlo de otra manera, en transición hacia otras formas que nunca surgieron por efecto de la conquista. El derrumbamiento repentino del Imperio Inca y la relativa facilidad con que los conquistadores sojuzgaron al Tahuantinsuyo se pueden explicar mejor por conflictos y debilidades internas de esa sociedad, más que por la acción audaz, la superioridad bélica o la inteligencia de los españoles.

Desgraciadamente, la historia corriente latinoamericana y ecuatoriana ha explicado el fenómeno exclusivamente a partir de estos últimos factores. Esto no solo acarrea un grave error sino que expresa una ideología que explica y justifica el hecho de la conquista, y posterior explotación de los pueblos indígenas, atribuyendo a los españoles el carácter de "raza superior". Quienes describen con caracteres épico-heroicos las aventuras y hasta los crímenes atroces de los conquistadores. No reconocen, por ejemplo, el hecho de que las escasas centenas de españoles armados con arcabuces y caballos fueron apoyadas, en sus enfrentamientos a las tropas incas, por comunidades enteras levantadas contra la autoridad del Tahuantinsuyo, que colaboraron con los conquistadores.

La visión de los vencidos

Aparte del sojuzgamiento, la propagación de enfermedades, epidemias, el establecimiento de mecanismos de explotación y la persecución a la cultura, la conquista significó el intento de expulsión de los indígenas del escenario de nuestra historia. Desde entonces hasta los tiempos actuales, nuestros antepasados, y especialmente las mujeres, doble o triplemente discriminadas, no existen en las versiones oficiales. Conquistadores, presidentes, obispos, notables y generales han poblado las páginas de nuestros libros, cuando por cuatro siglos más los pueblos indígenas seguiran siendo actores importantes de la vida del país.

Con el establecimiento del poder español no terminó la resistencia indígena. A veces por medio de sublevaciones o "alzamientos", o por mecanismos no violentos como la defensa de sus costumbres, estructuras comunitarias, reivindicación de la tierra, fiestas, idioma y otras formas de identidad, se mantuvo la presencia de los pueblos indios frente al poder colonial. Desde el punto de vista de los vencidos, la conquista no fue la eliminación sino un nuevo momento de su historia y de la historia de todos nosotros, que tenemos que verla "desde abajo", venciendo interpretaciones que conciben al triunfo ibérico como una "gesta gloriosa", sin recordar que, junto a su indudable importancia, vinieron también el sojuzgamiento y explotación.

Por otra parte, pensar que la "conquista" o la "invasión" concluyó en el siglo XVI deja de lado el que los indígenas de la Amazonía y de la Costa interna tuvieron su "primer contacto" en períodos posteriores y han sido objeto de conquista y colonización, aun en años recientes. El establecimiento de una etapa entre los años treinta y cuarenta del siglo XVI como "La conquista" es una perspectiva de la sociedad dominante hispano-criolla. La vida de los pueblos invadidos tiene otra periodización. 

PRIMER PERÍODO: IMPLANTACIÓN DEL ORDEN COLONIAL

         Las guerras civiles

Con la terminación de las guerras de conquista no concluyeron los conflictos. En la misma década de los treinta se dieron enfrentamientos entre los conquistadores. Pizarro, nombrado marqués por el Rey de España, disputó con Almagro el control del Cuzco y de todo el Perú. En 1538 Almagro fue derrotado y ejecutado. Su hijo encabezó una revuelta, asesinó a Francisco Pizarro (1541) y tomó el poder. Las autoridades españolas comisionaron a Vaca de Castro para que pacificara la región. El joven Almagro no quiso someterse a la autoridad del comisionado, que lo venció en Chupas en 1542. Luego fue ejecutado.

Los enfrentamientos entre conquistadores devinieron en un conflicto más de fondo entre éstos y la Corona, que intentó cortar la autonomía con que aquellos pretendían manejar las tierras recién conquistadas, siguiendo el ejemplo del feudalismo europeo. En este contexto se emitieron las Leyes nuevas que centralizaban el manejo político y económico de las colonias en manos de la Corona y establecían mecanismos de protección a los indígenas.

Uno de los mentalizadores de esas leyes fue fray Bartolomé de las Casas, gran defensor de los indios contra los abusos de los colonizadores. En 1544 se designó como virrey del Perú a Blasco Núñez de Vela para poner en vigencia las Leyes nuevas. Los colonos o encomenderos resistieron el intento de quitarles el poder alcanzado y se agruparon alrededor de Gonzalo Pizarro. Los ejércitos se enfrentaron en 1546 al norte de Quito. El Virrey fue derrotado y ejecutado.

La respuesta de la Corona fue intentar una negociación con los colonos recién llegados, que tenían expectativas de nuevos privilegios y estaban enfrentados a los encomenderos. Al mismo tiempo trató de no aplicar las conflictivas leyes, cediendo cierto manejo de los asuntos americanos a los colonos, a cambio de consolidar la autoridad central. Para enfrentar a Pizarro se designó al clérigo Pedro de la Gasca, que anunció que el Rey cedía a las demandas de los colonizadores y logró levantar una fuerza importante. Las ciudades y villas plegaron a su autoridad. En Quito fue asesinado el gobernador Puelles, dejado por Pizarro. Los dos ejércitos se enfrentaron en Jaquijaguana, cerca del Cuzco, a inicios de 1548. Pizarro fue derrotado y ejecutado con sus tenientes. Triunfó de este modo la causa de la Corona, aunque al precio de concesiones al poder local.

Colonización inicial

Como se ve, al principio de la colonización se dieron dos procesos. Por una parte, el sojuzgamiento e inicio del despojo de los indígenas. Por otra, la resolución en beneficio del poder metropolitano, del conflicto creado por los primeros colonos que intentaron retener buena parte del control local.

Al comienzo de la colonización, para manejar las tierras y las gentes recién conquistadas, los españoles necesitaron de los caciques locales, que siguieron como autoridades de sus pueblos. Así se dio el "mandato indirecto". Pero desde el inicio establecieron mecanismos de control de los indígenas. La institución básica del período fue la encomienda, que consistía en el encargo o "encomienda" -de allí su nombre- que hacía la Corona a un colono español -el encomendero- de un grupo de indígenas, para que los catequizara. Para esta labor, el encomendero pagaba a un eclesiástico -el doctrinero- que tenía a su cargo la "evangelización". Los indígenas debían pagar un tributo a la Corona y, como pago del beneficio de la cristianización, quedaban obligados a prestar servicios al encomendero o a darle dinero. Así se estableció un mecanismo de extracción de excedentes en forma de trabajo e impuestos, y un instrumento de control ideológico de las masas indígenas, que fueron catequizadas por el clero.

Entre la década de 1530 y la de 1590 se extiende un período de asentamiento del poder colonial en el que, por una parte, se establece el sistema hispánico (fundación de ciudades, diócesis, audiencias, etc.), y se consuma, por otra, la dominación de los pueblos aborígenes. Todo esto se da bajo condiciones del "encuentro" de dos sociedades: de un lado, la metropolitana, que estaba inmersa en la transición del orden feudal al capitalista en Europa; de otro, la indígena, que experimentaba una aguda crisis de las formas aborígenes de organización social que precipitaron su derrota.

Organización administrativa

Luego de la conquista militar se institucionalizó el poder colonial, pasando de este modo paulatinamente al "mandato directo":

Fundación de ciudades hispánicas como cabildos: Quito (1534), Portoviejo y Guayaquil (1535), Popayán y Cali (1536), Pasto (1539), Loja (1548), Zaruma y Zamora (1550), Cuenca (1557), Baeza (1559), Tena (1560), Riobamba (1575). Un cabildo representante de los intereses dominantes locales, asiento también del gobernador nombrado por el Rey y que asumió funciones de reparto de tierras y organización de servicios.

Organización de la administración religiosa. Se nombra un obispo para Quito y se crea la diócesis en 1545 con jurisdicción en lo que hoy es territorio del Ecuador, el sur de Colombia y el norte del Perú.

La administración legal y política adquirió organización definitiva en 1563 cuando se creó la Real Audiencia de Quito, con jurisdicción parecida a la del obispado.

Además de las ciudades de fundación española, se conservaron en las tierras de la Audiencia de Quito varios asientos indígenas. No solo en este aspecto se dio continuidad a la sociedad indígena, ya que la prevaleciente "Legislación de Indias" mantuvo una división entre la República de blancos, que agrupaba a los colonos, y la República de indios, que mantenía sus elementos comunitarios constitutivos e inclusive sus autoridades étnicas, como los caciques, asimilados a la burocracia para efectos de gobierno y recaudación de impuestos.

En 1592 y 1593 se produjo la Rebelión de las Alcabalas contra la aplicación de un impuesto que afectaba al comercio local. Al fin triunfó una vez más la Corona, pero se mantuvo una suerte de equilibrio de fuerzas entre ella y los poderes locales. 

SEGUNDO PERÍODO: AUGE DEL ORDEN COLONIAL
    Mitas y obrajes 

Desde fines del siglo XVI se abre un nuevo período de la dominación colonial en la Audiencia de Quito. La estrategia española orientada a hacer de América un centro proveedor de metales preciosos, generó una especialización regional dentro del imperio colonial. La Real Audiencia de Quito emergió entonces como un importante abastecedor de tejidos y alimentos para los grandes centros de explotación minera de Potosí. La encomienda fue perdiendo importancia hasta ser suprimida, y se consolidó el mecanismo básico de la organización económica, la llamada mita. Esta institución de origen incaico, reformulada por los colonizadores, consistía en un determinado tiempo de trabajo obligatorio que los indígenas varones adultos tenían que realizar. La Corona distribuía este tiempo de trabajo, reservándose parte de los mitayos para obras públicas y entregando los demás a los colonos españoles que requerían de mano de obra. Aunque el trabajo era forzado, tenía que pagarse un salario, lo cual garantizaba al Estado que los indígenas dispusieran de recursos para el pago del tributo.

Los mitayos trabajaban principalmente en la producción textil y la agricultura. Los llamados obrajes -centros de elaboración de paños- se desarrollaron enormemente, de manera especial en la Sierra norte y centro. La Real Audiencia de Quito se transformó de ese modo en uno de los polos dinámicos del imperio colonial español, con una actividad productiva y de intercambio especializada, aunque por ello sumamente vulnerable. El poder económico se concentró en manos de los grandes productores y comerciantes de textiles, que manejaban obrajes propios o alquilaban los de la Corona.

Se definió una relación de explotación metrópoli-colonia, en la cual las riquezas producidas iban en parte a manos de los grupos dominantes locales y fundamentalmente a alimentar el funcionamiento de la economía española, que a su vez era crecientemente dependiente de los centros más dinámicos de la manufactura y el comercio europeos. Determinada estructuralmente por el hecho colonial, la economía de lo que hoy conocemos como Ecuador era desde esta época influenciada en forma directa por su inserción en la economía internacional.


La sociedad colonial

Luego del primer siglo de colonización hispánica se había definido una estructura social fuertemente diferenciada y asentada sobre la desigualdad: Los blancos, especialmente los españoles de origen peninsular (burocracia civil, eclesiástica, encomenderos, obrajeros y comerciantes) estaban en la cúspide de la pirámide social y controlaban los principales centros de producción económica, la circulación de los bienes y el poder político en la Audiencia y en los cabildos locales. 

En la base de la estructura social colonial, estaban los pueblos indígenas que sufrieron cambios profundos, pero al mismo tiempo lograron mantener la continuidad de varios elementos de su organización, producto de su lucha y resistencia (conservación de las tierras comunales). La mantención de la estructura comunitaria indígena, de sus caciques y formas culturales, fue usada por los colonizadores como mecanismo para el cobro del tributo que los indígenas debían pagar al soberano español. Pero eso significó también la persistencia de formas de organización e identidad que permitieron nuevos tipos de inserción de los pueblos indios en la vida del conjunto social. Sería, pues, un error pensar que la diferenciación entre la República de blancos y la República de indios era una barrera de incomunicación, puesto que ambas estaban estrechamente imbricadas por relaciones de interdependencia y dominación.


La aprehensión de ciertas técnicas agrícolas, el cultivo de plantas y la domesticación de animales venidos del viejo continente. El quichua, que comenzó a ser difundido por los incas terminó por ser la lengua común de los indios, por influencia también de los misioneros. Se dio una interrelación de ese idioma con el castellano. La religión, usada para el sojuzgamiento, fue asimilada como forma de identidad y de expresión de la resistencia indígena. Muchas veces las formas religiosas y culturales fueron más efectivas para la continuidad aborigen, que las fugas masivas, los suicidios y los levantamientos violentos que, desde luego, tuvieron gran incidencia sobre todo en determinados momentos de la vida colonial.

Conforme avanzó la época colonial fue adquiriendo mayor importancia el mestizaje, fundamentalmente entre las uniones de conquistadores y mujeres indígenas, gestándose de este modo un grupo social intermedio entre blancos e indios dedicado a ciertas labores agrícolas, el mediano comercio y la artesanía. Los mestizos bregaron por abrirse campo entre sus dos polos de origen social y étnico y lograron el reconocimiento de ciertos "privilegios" reservados a los blancos peninsulares, pero quedaron relegados a una situación intermedia y subalterna en la sociedad, puesto que no podían demostrar "pureza de sangre". Solo con el paso del tiempo irían logrando el reconocimiento de cierta identidad propia que se expresó en varias manifestaciones de la cultura popular urbana de la época.

Para el siglo XVII, en la Real Audiencia de Quito se habían asentado varios grupos de esclavos negros importados para realizar trabajos en la Costa y en ciertos valles cálidos de la Sierra. La situación de esclavitud colocó a los negros en el último lugar de la vida colonial. Pero en Esmeraldas surgió una sociedad de negros libres y mulatos o zambos que mantuvo cierta autonomía frente a las autoridades coloniales.

Con la diferenciación socioeconómica y étnica, se consolidó una sociedad estamentaria que consagraba la desigualdad. Sus grupos tenían deberes y derechos diversos de acuerdo a su lugar en la estructura social y el control de la propiedad. Los blancos podían estar exentos del trabajo, especialmente manual, y podían ejercer en forma exclusiva funciones de dirección política y religiosa. Los mestizos que no pudieran ser reconocidos como blancos, ejercían ciertos oficios, pero estaban excluidos de la educación formal y las funciones públicas. Los indios, y los negros, se dedicaban exclusivamente al trabajo manual. En esta sociedad se consagró también una realidad de discriminación de la mujer, que soportaba el peso del trabajo familiar en todos los niveles y estamentos.

Estado, iglesia y cultura


En toda la época colonial, el papel del Estado fue decisivo. No solo cumplió una función de conservar del orden, garante de la actividad económico-social y de las funciones políticas e ideológicas consiguientes, sino que se constituyó en una suerte de escenario de las contradicciones entre los intereses metropolitanos y locales. Al mismo tiempo fue también un regulador de las condiciones de reproducción del conjunto de la sociedad, puesto que participaba activamente en el funcionamiento de las mitas y la distribución del trabajo social.

El Estado colonial no comprendía solamente la administración de la audiencia, sino todas las instituciones donde se daba la dirección política. En este sentido, los cabildos deben también considerarse como parte del aparato del Estado. Lo mismo puede decirse de la iglesia, que estaba sometida al control de las autoridades estatales. En efecto, gracias a una concesión del Papa, los soberanos españoles ejercían el derecho llamado de patronato sobre la Iglesia americana. Como patronos se comprometían a protegerla y dotarla de recursos, al tiempo que ejercían celosamente las atribuciones de nombrar y remover funcionarios, inclusive disponer sobre cuestiones de culto.

La iglesia estaba firmemente enquistada en el aparato estatal colonial y ejercían un virtual monopolio de la dimensión ideológica de la sociedad. La burocracia eclesiástica no solo tenía a su cargo la evangelización de las masas indígenas y la función educativa de los colonizadores, sino que, al imponer su cosmovisión de la cristiandad como horizonte ideológico, fundamentaba el "derecho de conquista" y consolidaba las relaciones de explotación imperantes. Junto a esto, la Iglesia fue adquiriendo cada vez mayor poder económico, hasta transformarse en el primer terrateniente de la Audiencia.


La iglesia era la institución con más recursos para promover las actividades culturales; en realidad una de sus funciones básicas. Entre los más notables intelectuales de la época estaban los clérigos y algunas monjas. Las manifestaciones artísticas se desarrollaron bajo la protección de los conventos, que demandaban obras con motivos religiosos destinados a la evangelización. El enorme desarrollo de la escultura, la pintura y la construcción, que se dio en el siglo XVII hasta bien avanzado el siglo XVIII, se asentó en la utilización de la mano de obra artesanal mestiza y aborigen, que no solo copió calificadamente modelos europeos sino que introdujo elementos originales que han hecho de nuestro legado cultural una de las más altas expresiones del arte americano. Quito y su jurisdicción fueron un centro muy importante de la pintura, la imaginería y el tallado.

Recuento del período

Entre la última década del siglo XVI y las primeras del siglo XVIII funcionó el "pacto colonial" que caracterizó al segundo período de la época de dominación hispánica. Hubo entonces una notable continuidad de la vida política y social de Quito, marcada por la relativa estabilidad económica y social. Al tiempo que se robustecía el aparato burocrático colonial, se profundizaba también la diversidad étnica, sobre todo el mestizaje.

Se inició el siglo XVII con la administración del presidente Miguel de Ibarra, que en 1606 ordenó fundar la ciudad que lleva su nombre. Ibarra y sus sucesores continuaron la construcción de varios conventos y templos y se dio comienzo a otros; se ampliaron las misiones; se regularizó la producción de los astilleros de Guayaquil. En la presidencia de Antonio de Morga (1615-1636) llegó a su auge la producción textil. Se fundó la Universidad de San Gregorio Magno, que coexistió con la de Santo Tomás de Aquino. Todo esto, empero, se dio en medio de un clima de enfrentamiento entre el poder civil y el eclesiástico y la lucha entre religiosos criollos y peninsulares por el control de las órdenes religiosas.


En los años treinta y cincuenta del siglo XVII hubo dificultades económicas y se acentuó el acaparamiento de tierras por los españoles. Quito fue azotada por sequías y pestes, que obligaron a organizar la atención hospitalaria. También hubo cierto auge en la producción artística y literaria. En las décadas siguientes, hasta finales de los setenta, las erupciones del Pichincha destruyeron buena parte de Quito y otras localidades. Se destacó entonces la santa quiteña Mariana de Jesús, cuya vida edificante contrastaba con el relajamiento de los religiosos y sus interminables disputas. La ciudad de Guayaquil fue atacada por los piratas, razón por la que se buscó fortificarla mejor. 

TERCER PERÍODO:
REDEFINICIÓN DEL ORDEN COLONIAL

La "crisis" de los 1700

El inicio del siglo XVIII fue para España y su imperio colonial el comienzo de una nueva era. Los monarcas de la dinastía Borbón, que llegaron al trono luego de una guerra de alcance europeo, intentaron superar las formas de administración tradicional que caracterizaban a la postrada economía española, e impulsaron un proyecto de modernización que tendía a hacer de España una potencia industrial, con capacidad para competir con Inglaterra y Francia y abastecer sus mercados coloniales. En consecuencia, introdujo las llamadas "reformas borbónicas" con una serie de limitaciones al comercio de las colonias, especialmente al de la producción textil de la Audiencia de Quito.

En las décadas iniciales del siglo XVIII, se abrió en la Real Audiencia lo que podría definirse como el tercero y último período de colonización, que transcurrió marcado por una crisis recurrente. Después de casi dos siglos de sobreexplotación, las masas indígenas estaban diezmadas por el trabajo y las enfermedades. A esto se sumaron los desastres naturales que azotaron al país. Varios de los más fuertes terremotos de la historia se sucedieron entonces, trayendo no solo pérdidas humanas sino desorganización de la producción y deterioro de las vías de intercambio. Las pestes y enfermedades mataron a poblaciones enteras.

Las calamidades internas se agravaron con una acelerada contracción de la economía colonial en su conjunto. Los metales, cuya extracción era el centro de la actividad del imperio americano, comenzaron a escasear. Las minas altoperuanas sufrieron una grave crisis que impactó también en las zonas proveedoras como la Real Audiencia de Quito. Los textiles quiteños perdieron vertiginosamente sus tradicionales mercados, ahora víctimas de la depresión. Los productos similares europeos, de mejor calidad y precio competitivo, fueron paulatinamente desalojando a los productos de Quito. Todo esto trajo una acelerada desmonetización de la economía y la consecuente depresión.

Consolidación del latifundio

Una confluencia de causas externas e internas, alentadas por la aplicación de las reformas borbónicas, definieron lo que en términos generales se ha llamado "crisis de los 1700". Así se delineó un nuevo "pacto colonial", cuyas consecuencias, sobre todo en nuestro país, pueden ser catalogadas entre las grandes transformaciones de su historia.

Con la recesión textil, la explotación agrícola cobró gran importancia. De este modo se acentuó el proceso de consolidación del latifundio como eje de todo el sistema económico, que se dio en buena parte a costa de las propiedades de las comunidades indígenas, a quienes se compró en forma forzada o simplemente se les despojó de la tierra. Las haciendas crecieron en tamaño y lograron integrar cada vez mayor cantidad de trabajadores dentro de sus límites. La necesidad de pagar tributos, compromisos religiosos, etc., obligó a los indígenas a trabajar más tiempo para los propietarios que aquel establecido en la mita. De este modo surgió un nuevo tipo de relación, el concertaje, que si bien era formalmente voluntario, ataba en la práctica al trabajador al latifundio. La necesidad de contar con significativas sumas de dinero lo llevaba a pedir anticipos al patrono, con quien quedaba, de este modo, permanentemente endeudado y, por tanto, compelido a trabajar sin posibilidad de abandonar la hacienda.

A mediados del siglo XVIII el latifundio se había consolidado en la región serrana de la Audiencia de Quito. Los sobrantes obrajes se integraron a la estructura de las haciendas y abastecían fundamentalmente al mercado local, enviando también una parte de su producción al exterior, en especial al valle del Cauca. En la Costa, por otra parte, especialmente en la segunda mitad del siglo, se dio una significativa alza de la producción y exportación del cacao. De este modo surgió un nuevo modelo de inserción en el mercado mundial, al mismo tiempo que una diferenciación regional iría acentuándose cada vez más, como el crecimiento poblacional de la Costa que comenzó a ser más significativo que el de la Sierra.

Recuento del período

Las reformas borbónicas, con las consecuentes transformaciones de la metrópoli y las colonias, alcanzaron modestos resultados, sobre todo en la esperada dinamización comercial. "El segundo pacto colonial" desembocó en un fracaso. La tardía reacción española ante el acelerado desarrollo de la producción capitalista inglesa y su agresivo avance comercial, no pudo cambiar el curso de un proceso que había venido gestándose desde siglos atrás y que entonces se manifestaba en su madurez. Para fines del siglo XVIII, Inglaterra era el centro del desarrollo de un sistema capitalista internacional consolidado ya como dominante. España, transformada en potencia de segundo orden, perdería su imperio americano de un momento a otro.

El siglo XVIII se inició en Quito con las noticias del cambio de dinastía en España y con serios enfrentamientos entre funcionarios de la Audiencia. Estos últimos hechos, entre otros, fueron antecedentes de la supresión del Tribunal de la Audiencia de Quito, una vez que en 1717 fue creado el nuevo Virreynato de Santa Fé de Bogotá, al que fueron adscritas las circunscripciones quiteñas. Esta decisión, tomada con intención de ahorro, reforma y centralización administrativa, precipitó una época de inestabilidad y constantes cambios. En pocos años, el nuevo Virreynato fue suprimido, se adscribieron las jurisdicciones de Quito nuevamente al de Lima y se restableció su Audiencia. Más tarde, el Virreynato de Santa Fe fue restablecido en forma definitiva. Luego de varias indecisiones y medidas contradictorias, la Audiencia de Quito fue puesta definitivamente bajo la jurisdicción de Santa Fe de Bogotá desde 1739.

Los efectos de la crisis económica, que trajeron consigo la supresión de la mita en los obrajes de comunidad en 1704, sumados al descontento por los vaivenes audienciales, generaron un ambiente de descrédito de la autoridad, que se acentuó en las décadas siguientes. La situación se complicó con el recrudecimiento de los conflictos eclesiásticos y las pugnas con el gobierno civil. La Iglesia, tanto las catedrales como las comunidades religiosas, habían logrado incrementar su riqueza y control ideológico-político, que también se expresó en el patronazgo del gran auge del arte colonial quiteño

Entre 1728 y 1736 gobernó la Audiencia el presidente Dionisio Alcedo y Herrera, prototipo de funcionario borbónico que hizo esfuerzos por reformar la administración y controlar al poder privado y la Iglesia, especialmente el relajamiento del clero. Durante su administración, en 1734, llegó a Quito la Misión Geodésica de la Academia Francesa, que venía a medir un meridiano terrestre. Además de realizar extensos trabajos especializados en la Audiencia, la misión influyó en la promoción de los estudios científicos y la divulgación de ideas ilustradas en la élite quiteña. El más notable estudioso local fue el sabio riobambeño Pedro Vicente Maldonado.

Entre los sucesores de Alcedo estuvieron Félix Sánchez de Orellana, el único quiteño que llegó a ser presidente de la Audiencia (1745-1753), y Juan Pío Montúfar, primer Marqués de Selva Alegre (1753-1761). Después de esta administración se dio un vacío de poder por el crecimiento de la fuerza económica y política de los terratenientes criollos y de la Iglesia. El Estado acentuó, entonces, un esfuerzo de centralización. La medida más controvertida fue el establecimiento definitivo del "estanco" o monopolio de aguardientes, en 1764. Simultáneamente se decretó también un impuesto de aduana que racionalizaba el cobro de la alcabala. Esto afectó a productores de aguardiente y pequeños comerciantes. En 1765 se dio un alzamiento de los barrios de Quito con actos de violencia y protesta contra el gobierno. Esa fue la Rebelión de los estancos. El protagonismo de los grupos populares urbanos conmovió a la sociedad colonial, que además fue sacudida por una larga secuencia de levantamientos indígenas, motivados por los impuestos y los abusos de las autoridades y los colonos. Estos alzamientos fueron reprimidos por las autoridades y los criollos blancos, que temían que las acciones de protesta pudieran crecer hasta convertirse en movimientos de grandes proporciones como los que se dieron en el Perú y el Alto Perú liderados por Túpac Amaru y Túpac Jatari.

En la presidencia de José Diguja (1767-1788) se dio una política intervencionista, típica del reinado de Carlos III. Justamente a Diguja le tocó ejecutar la orden de expulsión de la Compañía de Jesús, la cual debió salir de todo el imperio hispánico en 1766. Esa orden religiosa había logrado acumular inmensas riquezas, que pasaron a poder de la Corona. Esa, a su vez, las vendió paulatinamente a particulares, con lo cual se reforzó el poder del latifundismo criollo. La corriente de reformas se acentuó durante la administración del presidente José García de León y Pizarro, cuando se implantó en Quito el régimen de intendencias, que limitaba las autonomías locales y regionales, concentrando el poder en manos de intendentes de diversos niveles, que respondían directamente ante la Corona. Uno de los resultados de las reformas fue el incremento de las rentas fiscales, pero con el tiempo perdieron importancia, hasta que las propias intendencias desaparecieron, volviéndose en algunos casos a las antiguas prácticas. La fuerza del poder local se hacía sentir.

Fin de la época colonial

La segunda mitad del siglo XVIII fue de agitación intelectual y cultural en la Real Audiencia. Se fue gestando un movimiento de reivindicación de lo americano y lo quiteño, que expresaba el nacimiento de una conciencia incipiente en las élites criollas. El padre Juan de Velasco, jesuita riobambeño que marchó al exilio por la expulsión, escribió su Historia del Reyno de Quito, obra monumental que ponía las bases de la conciencia quiteña y de la búsqueda de esa identidad, al mismo tiempo que fundaba la historiografía nacional.

La más grande figura del despertar intelectual y político fue Eugenio de Santa Cruz y Espejo (1747-1795). Hijo de un indígena y una mulata, apoyado por gente influyente y por el cambio de apellido indígena por el español con el que lo conocemos, logró evadir las barreras de la sociedad quiteña e ingresar incluso en la Universidad, en donde obtuvo el doctorado en Medicina y la licenciatura en Jurisprudencia y Derecho Canónico. Fue el eje de la cultura ilustrada de su tiempo y desarrolló una amplia actividad, protegido por los nobles criollos. Por otra parte, fue el más destacado médico de la Audiencia de Quito. Sus ideas contestatarias y sus iniciativas de organización le trajeron problemas con las autoridades españolas, que lo expatriaron y lo encarcelaron. Murió siendo todavía joven.

Velasco y Espejo son las dos más altas figuras de un momento de definición inicial de la conciencia quiteña. Los criollos, descendientes de españoles peninsulares, ocupaban crecientemente el espacio dominante en Quito y buscaban su identidad a partir de diferenciarse de los europeos y de los indígenas, reclamando para sí el carácter de explotados respecto de los primeros y consolidando su posición de explotadores respecto de los segundos.

Desde el fin del siglo XVIII gobernó el barón Héctor de Carondelet (1799-1807), que tuvo una clara política pro-criolla y al mismo tiempo se esforzó por recuperar las jurisdicciones perdidas de la Audiencia. El Presidente encabezó una solicitud de mayor autonomía para Quito y la creación de una Capitanía General. A inicios del siglo XIX las tendencias autonomistas estaban a la vista. Los criollos habían logrado una significativa ampliación de su poder económico, especialmente con el robustecimiento del latifundio, pero continuaban excluidos del acceso al poder político. Sus tendencias autonomistas respecto de la metrópoli los conduciría, en pocos años, al rompimiento.

Bibliografía:

-Ayala Mora, Enrique (ed.); Moreno Yánez, Segundo; Bustos Lozano, Guillermo; Terán Najas, Rosemarie; Landázuri Camacho, Carlos; Historia del Ecuador I: Épocas Aborigen y Colonial, Independencia (2a ed.) Ed: Corporación Editora Nacional Quito , Ecuador. 2015. Recuperado en: Digitalia, bases virtuales UCE.

- Ayala Mora, Enrique; Resumen de Historia del Ecuador; 2008; Tercera edición; Corporación Editora Nacional; Quito, 2008 

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