DE MACHOS Y HEMBRAS...

 "La muerte del patriarcado se hace visible cuando la mujer toma conciencia de sí misma."

POR: FABIÁN USINA

Sin duda, para la mayoría de la sociedad, ser hombre o mujer está relacionado con el sexo del cuerpo con el que hemos nacido, con la puesta de la mirada en las diferencias anatómicas y fisiológicas, y, por ende, se supone que existiría una base biológica natural. De allí, también se admite, un modelo femenino y un masculino como cuerpos normales y sujetos a convenciones naturales; en este caso, el "yo se construye siempre y con relación al otro."

Por tanto, el género es impuesto y adscrito por la simple asociación al sexo con el que hemos nacido, sea este masculino o femenino. De ahí para adelante, "naturalmente", a cada quien se lo educará bajo normas, roles, comportamientos propios y ligados a los conceptos sociales de lo que es lo masculino o femenino.

Este proceso va guiado por sanciones o recompensas: "los hombres no lloran, tienes que ser valiente, no tienes que desviarte, levántate mariconcito"; o lo contrario, cuando a las niñas a modo de corrección se les advierte que parecen "machonas, carishinas, y más tarde acusadas de "desviadas, hombreriegas, tortilleras", entre otras. Tomemos en cuenta que ser "bien varoncito" o a su vez "bien mujercita" en esta sociedad es lo que establece la norma, y lo "NORMAL"; lo contrario es tomado como "ANORMAL"

La pregunta es: ¿y qué pasa con aquellas personas que han nacido en cuerpo equivocado? ¿O de "aquellos" tomados como débiles, maricones, bámbaros, desviados, izquierdos; o de "aquellas" denominadas tortilleras, machonas, hombrunas, entre otros términos qué los utilizamos a diario, y cotidianamente?

Seguramente todos pensarán que nos referimos a personas con vidas sexuales diferentes, pero omitimos cuantas veces tenemos una agresividad del lenguaje con carácter homosexual, lenguaje que nos ha hecho daño tanto a hombres como mujeres, lenguaje construido a base de estereotipos, estigmas y prejuicios masculinos, quizá poniendo de antemano en los varones nuestra condición de bien machos, nuestra heterosexualidad, sobre todo con nuestras compañeras las mujeres.

Asistimos por tanto al estudio del género y la sexualidad como una de las dimensiones significativas de la sociología contemporánea. Para muchos, el género tiene que ver más con los conceptos de masculinidad y feminidad construidos socialmente y no es una consecuencia directa del sexo biológico de un individuo. Esto es: todos nacemos con una naturaleza bisexual y solo después del nacimiento se refuerzan las diferencias sexuales a través de lenguajes, hábitos y costumbres; se otorga así una importancia clave a la socialización y el aprendizaje de los roles de género.

Un poco de historia

Nuestros "iluminados antecesores", pensaban en referencia a la mujer lo siguiente: "la hembra es hembra en virtud de ciertas cualidades y el carácter natural de las mujeres padece de un defecto natural". Atribuido a Aristóteles. Para Pitágoras: "hay un principio bueno que ha creado el orden, la luz y el hombre, y un principio malo que ha creado el caos, las tinieblas y la mujer".

Más tarde, Santo Tomás decretaría: "la mujer es un hombre frustrado, un ser ocasional". Un tal Mc Gritar en 1869 sentenció: "el cráneo de una mujer se parece en muchos aspectos al del niño y todavía más allá de las razas inferiores". Para otros: "la mujer se manifiesta solamente a través del sexo. La mujer es sólo un ente físico, contenedora y reproductora de hijos. Para nuestra época, los homos sapiens las diferenciarían entre mujeres frías asexuadas y hembras sexualmente ardientes.

Dos mujeres un camino

Para muchos, las maquinaciones creadas por los hombres sobre la mujer, han sido tomadas de diversos escritos sagrados como también de mitos mesiánicos correspondientes a antiguas culturas, que si bien cambian las formas, en el fondo tienen la misma finalidad y proyección amoral. Por ejemplo, muchos conocemos las fábulas sobre las madres vírgenes que se han recreado en diversas culturas y que frecuentemente se negaría el contacto carnal entre macho y hembra. Por tanto, existirían madres vírgenes: la una es la madre pura y celestial, sin pecado y que subyace simbólicamente en nuestros corazones, y la otra son las madres de carne y hueso reales y existentes en la tierra que para fecundar tuvieron necesariamente que "entregarse" al contacto carnal.

Nos recordarían siempre que la causa original del pecado y el mal es por culpa de nuestros primeros padres: Adán y Eva. Eva es aquella mujer desobediente quien empuja a Adán y a toda la humanidad al infierno terrestre. Esto quizá sirvió a los hombres para dar diversas interpretaciones a su antojo, pero la que más acertó es la que divide a las mujeres en dos bandos: las unas como puras y abnegadas y las otras denominadas impuras, rameras, brujas, insaciables, determinado por el diablo y por la naturaleza, mujeres irracionales en sus deseos y emociones. La una es la madre celestial, la madre pura, idealización de una mujer perfecta que todos los hombres quisiéramos poseer; y la otra, la aborrecida que pronunciamos en todo momento denominándola simplemente: "puta".

Estas visiones patriarcales no son más que imaginarios construidos en ecuaciones binarias como éstas: poder, activo, pulcro, puro, blanco, diurno que se reafirmaría en lo nominado bueno"; frente a lo pasivo, impuro, obscuro, negro, nocturno, no poder. La mujer y todas las mujeres frente a estas ecuaciones se encontrarían en el continente negro de la nocturnidad ¿Son creíbles estas ecuaciones?

Al parecer el problema a releer no es tan complejo. Si la mujer está situada en el campo pasivo, en la mayoría de sociedades el poder percibe como algo positivo, activo, propio de los varones, que haya que conseguir y la falta de poder como algo negativo. Así las leyes siempre se las ha escrito desde el habla y el hacer masculino. Escuchamos frases como aquellas que dicen: la mujer ha sido esclava del hombre, la acción de las mujeres no ha pasado nunca y no han ganado lo que los hombres han ganado, no tienen pasado, historia e intereses colectivos.

Tomemos en cuenta que, en nuestro país, las mujeres para el siglo XIX, estaban diferenciadas por la raza y el rango social, todas excluidas directamente de las decisiones ciudadanas. "Ciudadanos eran solo los varones, leídos y estudiados, y con fuertes sumas de dinero y en propiedades, por lo que ni siquiera los blancos mestizos eran ciudadanos." "los hombres hacen las leyes y las mujeres las costumbres." reza un dicho.

Para nadie es desconocido, que hasta décadas recientes, los matrimonios eran arreglados por puras conveniencias económicas, por lo que constatamos que la mujer fue agente e instrumento para el matrimonio, formó parte de esos intercambios simbólicos, y en la cual se exigía castidad, fidelidad y reputación moral. El mismo hecho del linaje muchas veces hiciera que mujeres fueran ultrajadas, abandonadas por no concebir un hijo varón, es decir el hombre tomado como capital social, mientras que las mujeres: sometidas a una sociabilidad negativa de abnegación, resignación y silencio.

Todos y todas bajo el estereotipo masculino

La dominación es simbólica e invisible hacia sus víctimas, en este caso las mujeres, el ser sumisas y que se ejerce a través de la comunicación, el conocimiento y el sentimiento. Mientras que al hombre se le exige: "ser bien varoncito", con demostraciones de fuerza viril, honor, y el manda más, el que lleva los pantalones, etc. Normas, roles, comportamientos, pautas, ligados al concepto del estereotipo masculino.

He ahí el deseo de ser seres masculinizados, y es porque se sigue orientando la fuerte noción de hombre blanco, activo, fuerte, poderoso, heterosexual que ha obsesionado a hombres y a las mismas mujeres; mestizos, mestizas; incluso a minorías étnicas; en general a casi todos y todas.

De ahí que la socialización del género, se da en el aprendizaje de unos determinados roles con la ayuda de agentes sociales como la familia, escuela, medios de comunicación, entre otros, y es donde se interiorizan las normas y expectativas sociales. Lo importante es recordar que los sujetos no son seres humanos pasivos y receptores incondicionales de la programación de género.

Para Sigmund Freud cada humano se centra en los comportamientos femeninos y masculinos que todo ser humano posee, debiendo reprimir aquel que no le corresponde, en el caso de las mujeres su actitud masculina la reprimen, acabando de reprimir su componente activo y sufriendo una doble represión, de ahí las mujeres nacen sumisas.

Rosado para mujercitas, azul para varoncitos

El rosado es símbolo de lo afeminado y suele apartar al mundo masculino del mundo sentimental y con el miedo a que sea homosexual (que un hombre juegue con muñecas será duramente sancionado). Esta definición social impuesta va creando una serie de presiones que se manifiestan a través de la percepción de la feminidad como valor negativo y el hombre a través de una identificación varonil como valor positivo.

"El mismo Patriarcado instaló al hombre como un sujeto histórico que ocupará un lugar excepcional en la palabra y como ordenador de ella. Los hombres elaboraron y siguen elaborando imágenes de ellos mismos, de los otros, y naturalmente incluyendo a las otras." Desde el poder y la masculinidad a la mujer no la han dejado estar cerca de si misma, la han dejado ver a partir de lo que el hombre quiere ver de ella, esto es una mujer convertida primero en niña, doncella, señorita, señora de casa, esposa, madre de familia, madre y virgen, puritana, todo un lenguaje sexista para que le de seguridad a los pobres y desamparados hombres, de ahí queda quizá decir la frase: "mi madre es una santa y no se compara a ninguna; las demás: complete usted...

Lo contrario son "esas mujeres que optan por no prepararse y que están en contra del matrimonio; el hombre sin ningún empacho dirá: solteronas, amargadas, falta de macho, lesbianas. En otros casos una mujer que no sea buena para las ocupaciones domésticas sería una mujer carishina, machona, mala mujer, inservible. Pero la sociedad es hipócrita: los hombres exigen y convierten en objetos simbólicos a las mujeres para que sean muy femeninas, delicadas, sonrientes, simpáticas, atentas, discretas, pero sobre todo complacientes.

Cuantas veces escuchamos de un macho cabrío menospreciar y ofender que unas son locas, insaciables y fácilmente histéricas, inclusive por boca de las propias mujeres, por lo que ellas, "las mujeres", terminaron hablando el lenguaje de los varones, las dejaron ser cómplices de los imaginarios masculinos. Casi nadie sabe lo que es un hombre, pero digan que son las mujeres, falta texto.

Para muchos ya en la actualidad, aparecen las mujeres hombrunas, las machonas, las que llevan los pantalones, las agresivas, y ya vestidas de formas masculinas, a lo que los hombres con el poder de hombres en una labor sistemática de desacreditación y ridiculización las acusan de lesbianas, marimachas y por último de chicas fáciles. Será tal vez ese miedo ancestral a lo femenino, la diferencia, lo desconocido, la voluptuosidad, ese miedo a ese antipoder. Sin duda hoy, la nueva mujer educada y liberada transgrede el territorio cultural de los hombres y abandonaría su territorio pre-asignado: la naturaleza.

¿Qué es ser femenino?

Carlitos Celi, nos manifiesta: lo femenino en tanto término te ubica en la dependencia, la pasividad, en segundo plano, la palabra de intramuros (detrás de un gran hombre hay una buena mujer) que no tiene validez pública sino en tanto en la alcoba o la cocina. Lo masculino es hacia lo público, (trabajo, vida social) y lo femenino a lo privado (lavado, cocinado, casa arreglada) y de manera invisible."

Quizá ser femenino en una sociedad hipócrita se impone en la aceptación de todo aquello que se desecha -conceptualmente lo anormal- y que no tiene valorización monetaria. En el mismo caso y a modo de coincidencia nos encontramos con aquellas personas como los de la tercera edad, minusválidos, enfermos, locos, transexuales, jubilados y hombres de casa, que la sociedad bajo la defensa de la cultura y el puritanismo para limpiar la mala conciencia hacen campañas de aceptación de lo diferente y esconden su propósito de desechar los elementos culturales extraños e improductivos, por que lo imperfecto les aborrece. No sabiendo que la hipocresía y el puritanismo se inscribe en la represión.

Y en ese mismo orden los trabajos vergonzosos, domésticos, a veces los más sucios y asquerosos son destinados a las mujeres y a los hombres más pobres, a las que despectivamente hombres y mujeres llamamos criadas, cocineras, marías. Pero la hipocresía y el estereotipo masculino va más allá: estas pobres tomadas como tontas cuantas veces violadas, ultrajadas físicamente y verbalmente, para la mayoría de nosotros son percibidas como criaturas asexuadas, como mujeres "feas" que sirven solo para "un polvo" -no cuerazos, sexos blandos y sin vigor- no dignas de casamiento, peor de heredad o derecho de linaje. Poder y potencia sexual son los conceptos paralelos en nuestra sociedad hipócrita.

Los alcahuetes de este embrollo...

Los agentes socializadores del conocimiento y las buenas costumbres como la iglesia, familia, escuela condenan todas las formas impuras, especialmente las faltas femeninas de la decencia y la moral; "ir contra natura". Proponen un amor espiritual que no se degrade a la bestialidad del amor carnal, asumida más para aquellas denominadas de la "vida alegre". "Puta es muy común no así puto, por tanto, mujer es equivalente a hembra sexual insatisfecha y muy deseosa, y hombre puto a muy macho, muy hombre y como valor positivo. De ahí pareciese que la sociedad en general y la cultura esperan que las mujeres muestren mayor aceptación a favor del varón. Madres que aconsejan a sus hijas o a sus nueras ser bien educadas, sumisas y que acepten que los hijos varones peguen a la mujer. Y bendito sea Dios que ha nacido varón.

Otro agente socializador y para muchos de gran repercusión en lo que respecta a la socialización de los cuerpos perfectos, duros (varonil) y los cuerpos blandos (femenino) que se acercan a reforzar aun más los estereotipos, estigmas y prejuicios sociales son los grandes medios de información que han demostrado que sus productos culturales como novelas, modas, publicidad, entre otras, en el fondo encarnan actitudes tradicionales respecto al género. Es más, construye a las mujeres y hombres en puros sujetos sexuales. Sin duda el sexo es un poderoso ingrediente adherido al consumismo, la sexualidad produce placer y proporciona ventaja al mercado de los bienes.

Por lo que se vuelve a equiparar libertad sexual con prostitución. La era del hombre muy masculino, hoy es impuesto desde las imágenes de cantantes, modelos, presentadores, con cuerpos vigorosos, poderosos, viriles; cuerpos para el deseo e inclusive con el poder de imitarse por medio de la cirugía estética. Desde lo femenino una cultura del consumo, con productos que nos hacen ver que son buenos y eficaces, asociados a la belleza estética y la salud, pensados para la vida exterior y por alcanzar el ideal juvenil. Las mismas mujeres presas de los y las demás, en relación de dependencia, pagando un alto precio por su apariencia corporal, la manera de moverlo y presentar al cuerpo en la sociedad (un auto denigración del cuerpo)

Sin duda los medios y la sociedad impone un "eterno ideal:" formar parte de la clase en el poder, o al menos por cualquier medio pertenecer a una clase media alta; el ser vigorosos, fuertes, heterosexuales; y a todo esto, poseer un cuerpo aeróbico y ropa cara que expresarían con seguridad toda una imagen corporativa que trasciende la clase y la raza.

Estrella De Diego, nos dirá: ¿Qué les queda a los hombres, ponerse un disfraz masculino más real que lo real o ponerse un disfraz femenino más seductor que seductor; y a la mujer de hoy el vigilante patriarcal internalizado, la máscara de la feminidad que este exige o esa feminidad que no se conoce?

Necesidad de actuar

Producir alternativas, luchar por mundos posibles, parte también por descolonizar nuestro pensamiento". Ese cambio debe también partir de nosotros; revolucionarnos a nosotros mismos, en relación y sobre todo con las compañeras de toda la vida: las mujeres; con los vecinos y las vecinas; con los otros y las otras; afrodescendientes, indígenas y la misma relación con la naturaleza.

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